Esta crónica, en realidad, ya no sirve de mucho. Hace prácticamente un mes que Carletti Porta pasó por el Fotomatón Bar, y ya queda todo lo que haya que decir, dicho. Pero le prometí a Karlos (no a Carletti, a Karlos) que escribiría esto. Y así lo hago ahora. Me ha costado mucho encontrar las palabras para expresar aquello que la música de un (y disculpa el adjetivo, que va siempre en el buen sentido) “simple” cantautor llegado de Albacete.
Porque, pese a lo que decía Miguel Chorusman en El Perfil de la Tostada, de que
“¿os imagináis a un comentarista deportivo que no tuviese ni puñetera idea de sistemas de juego, posicionamiento, reglas, características de los objetos utilizados, etc. y se dedicase únicamente a decir: “qué bonito juega este equipo, me hace sentir tantas cosas…”?”
el caso es que, muchas veces, da igual saberse los componentes de una batería, lo que es un plan mute o diferenciar la psicodelia del shoegaze. Muchas veces lo único importante de la música es aquello que te hace sentir. Porque no todos somos capaces de aguantar un partido de fútbol de dos horas. Ni todos somos capaces de dedicarle sus 12 horas (mínimo) a leerse una novela de Joyce. Pero de lo que todos sí somos capaces es de escuchar una canción de dos minutos y dejar (y disculpa de nuevo mi moñería) que nos toque el alma. Lo entendamos, o no.
Sirva entonces esta falsa crónica como digresión sobre la música en general, y la de autor en particular. La de Carletti Porta, en concreto.
Y es que hay veces que, no se sabe nunca muy bien por qué razón, uno coge al vuelo una letra, o una melodía cualquiera, y se engancha. Como si fuera un dulce recién descubierto o un capricho aparentemente pasajero. Puede ser una canción que hayas escuchado en un anuncio, y que esa sensación de felicidad muera a los pocos días, por cansancio. Puede ser que la hayas escuchado en la calle, o en el metro, de la mano de algún artista callejero, y que ni siquiera sepas quién la ha compuesto o si podrás volver a escucharla. En esos casos, la melodía ejerce de amor fugaz, escurridizo. La piensas un día o dos. Puede que solo dos horas, incluso. Y se acaba, sale de tu cabeza.
Las canciones son pequeños mundos concentrados en melodías de unos cuantos minutos. Son personas, momentos, recuerdos. Y no tienen por qué coincidir con aquello que los autores buscaran al crearlas. Porque, como me decía hace poco el querido Quico Tretze, detrás de cuántas alegres melodías se esconden las letras más tristes del mundo.
El caso fue que, aquella primera vez que escuché a Carletti Porta, yo apenas estaba prestando atención a lo que sonaba. El rasgueo de la guitarra era apenas otro ruido de fondo cualquiera en la oficina de Noise Off. Tecleaba, como lo estoy haciendo ahora. De repente, una letra se coló en mis pensamientos.
«Me dijo, me llamo María, y me acordé de la salvación». Y ahora, al escribirla, tan vacía y fuera de contexto, no parece más que cualquier otra frase anecdótica. Pero, en aquel momento, me hizo levantar la mirada de la pantalla y acercarme al plató a escucharle. A Carletti Porta, un cantautor venido de Albacete. Alto, con la barba canosa y los ojos de cordero degollado que el galgo de la portada de su disco ocultaba a sus dueños melómanos. Y con un pico de oro y una voz asabinada, de letras de deje a lo Javier Krahe (por eso de no salirse de La Mandrágora), y cadencia de Brassens. Ese mismo día me contó que tocaría en el Fotomatón Bar a finales de mes, y a mí ese mes se me antojó eterno en aquel momento.
En compensación, hasta entonces, me regaló la preciosa edición en vinilo de su Babyhana’s Album. Un disco editado con todo el cariño del mundo, grabado entre Albacete y Cork (Irlanda) con cuidado y mimo. Un disco concebido, precisamente, en uno de esos open mics que ahora empiezan a invadir la capital como gustosa y necesaria sarna en la que, aquellos que no encuentran su sitio dentro del sistema, deben unirse y conocerse en sus bordes, en lo underground.
Aquella primera vez que escuché a Carletti Porta fue en acústico. Tan solo él junto a su guitarra cantando los temas del Babyhana’s Album. Cuando le volví a ver de nuevo, en el Fotomatón Bar, vino acompañado por invisibles parteneres a los que él se encargó de dar vida, relatándolos a lo largo de sus canciones. “En este tema suena un solo de trompeta increíble, ¿lo escucháis?” engañaba Carletti Porta al público con esa voz rasgada del fumar que hace inconfundible cada una de sus composiciones. No había batería, ni trompeta, ni segunda guitarra, tan solo estaba él. Y tampoco se echaba de menos nada más.
Casi como si se tratara de un moderno trovador, Carletti Porta fue relatando entre tema y tema el camino que había recorrido hasta llegar a aquel escenario que, aunque pequeño, significaba su entrada en la escena musical madrileña. En el moderneo, para qué negarlo. Un camino que había implicado dejar de trabajar para dedicarse por entero a su hijo recién nacido, mientras su mujer (incumpliendo el machista tópico) seguía trabajando. Que había implicado abandonar Cork, donde “me pagaban por tocar, ¿os lo podéis creer?” por Albacete. Que había desembocado, pese al sacrificio, en un precioso vinilo de fondo blanco y líneas limpias, con un “perro enamorado” siguiendo una llama inextinguible llamada María.
“Y rascándome, rascándome, rascándome, rascándome…”
“Quemé mi cruz y con su luz pude ver…”
“Me dijo, me llamo María, y me acordé de la Salvación…”
Cada una de las poesías hechas música de Carletti Porta tocaba una fibra distinta. La ternura, el amor, la risa, la indignación. Cada una de sus canciones era un pequeño mundo por descubrir, con sus personajes, sus problemas y sus conclusiones. Pequeñas moralejas inmorales de herencia latinoamericana. (Porque si se incluyera el Te recuerdo Amanda de Víctor Jara en el disco de Carletti Porta, seguramente no desentonaría un ápice).
Carletti Porta finalizó un concierto íntimo, cercano a su audiencia, en el que desgranó cada uno de los temas de su álbum y descubrió otros nuevos, con una particular Nana, que me hizo recordar a Mercedes Sosa al mezclar eterna ternura y mala leche en un maridaje tan irónico que hacía falta prestar atención para rescatar ese poso de esperanza que guarda toda protesta.
Chapó. Aquí tienes una fan para toda la vida.
Una respuesta a “[Crónica] Carletti Porta @ Fotomatón Bar”