Hay grupos por los que no importa esperar. Uno de ellos es Forastero. De casta le viene al galgo su propio nombre. Y es que la música de Forastero, bien se demostró la pasada noche en la parte de abajo de la sala Siroco, no pertenece a ningún lugar. No le pertenece siquiera ni a los mismos Forasteros. Porque aquello que es universal pasa de tener dueño a ser de todos. Y las personalidades bien conjugadas dan como resultado una ausencia de personalidad, entendida no como carencia de líneas distintivas, carácter o concepto, sino de egolatría, de humos. Forastero podría ser reconocido con apenas unos cuantos acordes flotando en el ambiente, aquí o en Nueva York, porque no hay nadie como ellos. Sin embargo, la actitud de su directo no es prepotente ni soberbia, sino juguetona, experimental, hedonista.
Cómo no nos van a gustar. Un grupo capaz de macerar personalidades tan rotundas como la de Javier Colis con el genio compartido de otras como Dani Niño, y la experimentación a flor de piel de otras como la de Javier Díaz Ena (su solo al theremin fue delicado y epatante a partes iguales), todas ellas conjugadas por la capacidad de su batería – Javier Gallego “Crudo” – para comunicarnos su propósito…¿cómo no nos va a gustar? Si la energía sale a flor de piel, y se contagia, y te la contagian, y cierras los ojos, y bailas, y ya te da igual si la cosa es jazz o blues fusión, o si es electrónica en acústico, o si es fuzz. Si te olvidas hasta de que nada más existe aparte de la música de unos Forasteros en esto de encajar en ninguna parte. Y qué más dará encajar. Que me expliquen a mí dónde etiquetar la de Forastero, más allá del mero adjetivo de “instrumental”. O de putos genios, más bien.
Fotografías de Vi-Twins.
¡Los putos amos!
Yo diría aún más… ¡ LOS PUTOS AMOS !