No podía evitar, mientras avanzaba “40 años de paz”, acordarme del último disco de Remate, “Cabello de ángel, tocino de cielo”. Pero solo fue casi al final de esta nueva genialidad de Pablo Remón y la compañía La Abducción cuando la coincidencia fue mayúscula. El nombre de aquel postre me daba la oportunidad de enlazar ambas creaciones, las dos escritas en el mismo momento, las dos relacionadas con el mismo ambiente. Así pues, aprovecho esta pequeña crítica para escuchar de fondo el último LP de Remate como banda sonora.
“40 años de paz” regresa al Teatro del Barrio auspiciada por las buenas críticas y los éxitos cosechados en otras tablas. Era difícil sobreponerse a la abrumadora “La abducción de Luis Guzmán”, una obra demasiado buena como para tratar de ser superada. Y quizás una de las virtudes de estos “40 años de paz” sea precisamente la de no tratar de competir con la anterior, sino aprovechar el mismo elenco, la misma energía e, incluso, los mismos puntos de vista y argumentos de fondo.
Porque en el Teatro del Barrio volvemos a encontrarnos con una casa que guarda demasiados recuerdos, no ya bajo la moqueta, sino en el fondo de una piscina llena de agua podrida. Barrer para casa, esconder los trapos sucios, seguir jugando a ser los vencedores en un mundo en el que todos hemos perdido, sin importar el bando. La decadencia del dominio de la mediocridad, de una determinada parte de la sociedad que no termina de aceptar que ya no son los amos de todo, es el hilo conductor de una obra en la que somos testigos, precisamente, del descubrimiento (la epifanía) que sacude a una familia, que bien podría ser la de Panero en “El Desencanto”, al darse cuenta, demasiado tarde, de que han sido derrotados.
Resulta difícil hablar de la última producción de la compañía La Abducción sin desvelar nada. Tan solo los detalles que salpican las dos horas de recorrido por aquellos lugares “sin barrer” del alma de los personales ya merecerían páginas de análisis. Pablo Remón vuelve a no dejar puntada sin hilo, a pesar de la extensa longitud del montaje y de un final demasiado masticado. Los personajes que se repiten, nunca de manera aleatoria – Fernanda Orazi ejerce como Madre y a la vez conciencia de Francisco Reyes (hijo mayor y más querido por su madre), de “Loca del Loro” que atormenta a Ana Alonso (hija menor y gran decepción de su madre) -, las frases que se repiten, como la historia que cada miembro de la progenie está condenado a repetir, incluso la cuidada banda sonora está plagada de referencias y segundos planos de estudio. ¿Por qué compra un cactus de un euro en la gasolinera?, ¿por qué inventamos, mentimos, criticamos? La cotidianidad esconde monstruos. La Historia, también. Y muchos de ellos siguen presidiendo plazas.
Puede que menos si el ejercicio de memoria e introspección que Pablo Remón y la compañía La Abducción han realizado con esta obra, se diera con mayor frecuencia desde otras entidades, sin necesidad de recurrir a la ficción para contar las verdades que siguen latiendo en cada cuneta, de cada fosa común o de cada tumba cerrada con cal.