“Slam! Into the Mouth of the Dharma!” escribió Allen Gingsberg en su día. El poeta más representativo de la Beat Generation, así como los llamados “Negritude poets” fueron precursores de un nuevo modo de entender y transmitir la poesía. La generación de los desencantados, los valientes (o cobardes, según se mire) que decidieron dejar de vivir la realidad que les había sido impuesta a través de la huída hacia delante y el arte como escapatoria. Una generación que guarda tristes semejanzas con la nuestra, la denominada “Generación Perdida”.
Lo que surgió en los años cincuenta como exhibicionismo poético se rescató a finales de los años 80, también en los Estados Unidos, por el poeta Marc Smith en un club de jazz (1986). Y es en otro club de jazz, El Intruso, donde se recoge el testigo de varias generaciones dedicadas a la poesía gracias al Poetry Slam Madrid. Más de cinco años lleva celebrándose este “torneo” (traducción pseudo-literal de la palabra “slam”) y el público no deja de asistir a su cita mensual con las perturbadoras rimas de su presentador, Luis Jiménez Lambas, ni con el falso estatismo de su presidente, Pablo Cortina. (Amén del resto de organizadores).
“12 poetas. 3 minutos. El público decide”. La premisa es clara: durante el primer miércoles de cada mes, el colectivo poético de la capital tendrá la oportunidad de mostrar sus creaciones a un público exigente, que se encargará de calificar cada actuación en pizarritas (entregadas a miembros al azar de la audiencia), de tal forma que solo los tres poetas mejor valorados pasen a la siguiente ronda eliminatoria. En esta ronda final, el ganador del Poetry Slam será elegido “a oído”. Es decir, aquel que sea más aplaudido será coronado como vencedor.
De entre todos los ganadores mensuales, se realizará una nueva criba a nivel nacional. Y de esta, otra a nivel europeo. Y es que el Poetry Slam es una organización a nivel mundial, que podemos ver en otras ciudades no solo europeas, sino también estadounidenses, canadienses y latinoamericanas. Gingsberg se sentiría orgulloso de una acogida tan brillante y bien organizada. O no, vete a saber.
Los encargados de enfrentarse al Poetry Slam Madrid del mes de septiembre, el primero de la nueva temporada tras un parón veraniego (que hasta los poetas veranean hoy en día), fueron Boadicea, con “la puta”; Miguelillo Mora con su poesía cómica; Álvaro Pelegrin, quien pidió la “revolución en facebook”; Pablo Cortina, de plena actualidad y a modo de protesta con “se ahoga un negro”; Antonio Díez, con su comparación entre Federico García y Freddy Krueger; Eduardo Moraga, que solo pedía que le quisieran; Andrés París, explicando los tres pasos de la vida; Aurora Boreal, recitando “la vida”; el experimentado Diego Matarucco con “Sumas somos”; Nebur Flirk con su “tristeza”; José Luis Álvarez y Jorge García Torrego, dedicándole sus versos a Pablo Iglesias.
Difícil elegir entre tanta cantidad de poetas fuera de lo común, dedicados a buscar entre los límites de la palabra y el sonido, indagando en una nueva forma de entender el arte de la poesía. Finalmente, los tres poetas más votados fueron Andrés París (el más joven de todos, con sus dieciocho años recién cumplidos), el veterano Diego Matarucco y Ántonio Díez.
Reñida fue la elección final, con un Diego Matarucco sobrado de rimas cacofónicas (y, aun así, con sentido), un Andrés París descalzo y que más parecía a veces que rapeara, y un Antonio Díez a su gusto en su serio estatismo. Eso sí, la ovación del público se encargó de reiterar al argentino Diego Matarucco como ganador (reincidente) del Poetry Slam de septiembre.
Como invitado de la jornada, dado que el Poetry Slam recoge a un poeta errante cada mes, venidos de otras provincias, e incluso de otros países; fue en esta ocasión el valenciano Pablo Verdejo, con una poesía experimental basada tan cacofónica como contestataria. Pablo Verdejo nos habló (o más bien, nos recitó), de la crisis económica, de Merkel, de las redes sociales, y todo a modo de anuncio de ING Direct. “El fin de la poesía” es el título de su performance poética.
Una experiencia para repetir y que casi resulta adictiva para aquellos que buscan en la capital lugares distintos y alternativos, noches que resulten enriquecedoras y un ambiente en el que la socialización resulta obligatoria. Y con consumición incluida con la entrada, oigan.