2. Despojos de los 80
En los 90 tuvimos que padecer la decadencia de los grupos que habían sido grandes durante los 80. Contemplamos, con algo de placer perverso, el lamentable espectáculo de verlos arrastrándose, estirando patéticamente su éxito, mendigando un poco de la atención de la que habían disfrutado tan solo unos años antes, y ofreciendo las últimas migajas de un talento que se iba extinguiendo poco a poco. Por poner un ejemplo, decir en los 90 que te gustaba el hoy glorificado Michael Jackson, equivalía a la exclusión social, y el antaño Rey del Pop quedó relegado a las giras por provincias, como una vedette de segunda.
La gran mayoría de artistas se retiraron, ignorados y vilipendiados por las masas que los habían encumbrado tiempo atrás. Sin embargo, otros se hicieron fuertes y resistentes como bacterias, y, sorprendentemente, no solo consiguieron sobrevivir, sino que amasaron fortunas dignas de un Papa de Roma. Pero cuanto más crecía su éxito, peores eran los nuevos trabajos que entregaban.
«El sonrojo provocado por las incursiones en la rumba o en la salsa de Mecano; la desesperación de Loquillo por sobreponerse a la salida de Sabino Méndez, el autor de la mayor parte de sus canciones (de las buenas, claro)»
Los 90, pues, trajeron la zombificación definitiva de unas bandas que ya arrastraban estertores de muerte a finales de los 80. Fue la época de los peores trabajos de Depeche Mode (a los que tuve la desgracia de ver varias veces en esta década y constatar que, cuanto más yonki y hecho mierda estaba su cantante, y más tópicos y vulgares eran los temas facturados por su compositor principal, más gustaban a la audiencia de toda edad y condición), The Cure (el volumen corporal de Robert Smith aumentaba de manera inversamente proporcional a la calidad de sus nuevas canciones), U2 (la ida de olla de Bono y sus chicos con el objeto de reinventarse durante la década es legendaria), o REM (o como estropear toda una carrera con un solo single: Losing My Religion).
Lo peor es que todos estos grupos siguen hoy en activo, sacando nuevos discos a cual más horrendo, y celebrando multitudinarios conciertos que más bien parecen misas populares cántabras atiborradas de fieles enfervorizados. Todos excepto REM, que se separaron hace unos años. Pero no hay que preocuparse, porque dentro de muy poco anunciarán una gira de reunión. Y si no, al tiempo.
Y en España, ¿qué? Pues tampoco nos libramos. Algunos de los grupos estrella de los 80 intentaban estirar el asunto con desiguales resultados: El sonrojo provocado por las incursiones en la rumba o en la salsa de Mecano; la desesperación de Loquillo por sobreponerse a la salida de los Trogloditas de Sabino Méndez, el autor de la mayor parte de sus canciones (de las buenas, claro); el farragoso enredo de Alaska y Canut con la electrónica “inteligente” en Fangoria (luego el tiempo puso a cada cual en su sitio y acabaron haciendo, como no, copla del siglo XXI)…
Pero nada comparable al bochorno de la cantante de Olé-Olé, Marta Sánchez: ahora cantando ante los soldados desplazados en Irak durante la guerra del Golfo (la de George Bush padre), ahora un dueto con Slash en una canción para una película de Quentin Tarantino, ahora despelotándose para el Interviú (el póster que más tiempo ha estado colgado en los talleres de toda España, y en el que se podía comprobar que es cierto el dicho que afirma: “Rubia de bote, chocho morenote”) … ¿Hace falta que siga?
5 razones para odiar los 90:
1. Grunge, indie y aburrimiento.
3. Telebasura y basura en la tele.
Texto de…
Me llamo J. A. Olloqui, y crecí en Móstoles, al igual que otros grande escritores como Faulkner o Dostoyevski. Estudié lo suficiente para escribir sin faltas de ortografía. En la década de los 90 y del 2000 toqué con varios grupos y grabé un par de discos que espero por tu bien que no hayas tenido la desdicha de escuchar. En 2013 publiqué mi primera novela: ¡Malditos terrícolas! (Ilarión), pero como no me apetece leerla estoy esperando a que saquen la película. Amo el cine, la literatura, los cómics y la música, y por eso estoy siempre cabreado.
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